domingo, 11 de octubre de 2020

EL TOTALITARISMO NUESTRO DE CADA DÍA III

 




Desde que nacemos nos vemos insertados en un mundo en el cual no elegimos nacer, pero que sin embargo, a medida que vamos creciendo y llegando a adultos se nos va implantando la idea de cumplir con la norma, tal como le fue implantada a todos nuestros antepasados. Así, sin más, nos vemos siendo participes del mundo impuesto, sin cuestionarnos por ejemplo, el por qué votamos para elegir autoridades, sino que solo lo hacemos.

Existen varios pensadores que tratan de analizar o, más bien, justificar la existencia de una autoridad elegida por el pueblo y que, abandonando ya los periodos oscuros de los zares y reyes, proponen la teoría del Contrato Social, los autores más reconocidos por justificar la idea de la autoridad mediante el Contrato Social, son Hobbes, Locke y Rousseau; los tres intentan dar su concepto de lo que es el Estado de Naturaleza de las personas y con ello demostrar la necesidad de generar un acuerdo común en la sociedad de celebrar un Contrato Social en el que el pueblo mediante el voto elige a una autoridad para que esta última ejecute todos los actos que tiendan a proteger y beneficiar a quienes le han dado el voto, se puede entender basándose en la idea de contrato que esta elección de autoridad es un mandato, en el que el pueblo elector es el mandante y elige a un mandatario, es decir, la autoridad, para que éste haga lo pertinente para lograr el desarrollo del bien común social.


El análisis que se hace, se considera importante, por cuanto se ha visto a través de los años que a pesar de que la gente sigue votando por autoridades, estos como mandatarios, no están cumpliendo con el fin que busca la sociedad, cual es de obtener beneficios comunes, sino que por el contrario, solo se ve que una mínima parte de la sociedad sale realmente beneficiada con ocasión de la existencia de la autoridad y del Estado, y así se puede afirmar a modo de ejemplo que, si bien la gente elige a un  legislador, leáse diputado o senador, este no hace la ley en beneficio de sus electores, sino que por el contrario, hace la ley en beneficio de sus financiadores, tal como lo pudimos apreciar con la ley de pesca en que el cuerpo de abogados de las grandes empresas pesqueras extractivistas redactan un proyecto de ley conforme a su conveniencia empresarial y se la entregan a un legislador para que presente dicha ley como un proyecto propio, lo que junto al financiamiento de los demás políticos, el gran empresariado logra que sus leyes sean aprobadas en bloque o si no por la gran mayoría de los legisladores. Esto no es algo nuevo a pesar de que no teníamos conocimiento de cómo se maquinaba el fraude, ya que la actual Constitución Política que rige en el país, también fue una norma redactada por abogados y economistas pro empresarios y a costa de la vida de muchas personas.

El común de la gente aburrida de este abuso institucional comenzó a manifestar su descontento y lo primero que hace la autoridad a través del Estado es la sanción de la manifestación y la ejecución de la violencia en contra de quienes se manifiestan. Este malestar ciudadano se da porque las autoridades han quebrantado el Contrato Social al no actuar en beneficio de sus mandantes o electores, algo que se viene dando desde hace mucho tiempo y ahora último, se ha vuelto a quebrantar el Contrato Social al intentar eliminar o erradicar cualquier vestigio de protesta, siendo que la protesta es una forma de manifestar que el pueblo no está conforme con la autoridad por cuanto no están cumpliendo con lo que al comienzo se pactó y menos ahora que el brazo armado del Estado ha demostrado no actuar en protección de la sociedad, sino que por el contrario, está actuando en proteger el sistema imperante que insiste en actuar en beneficio de solo unos pocos, que son los mismos que como se ha señalado en análisis anteriores, poseen el control de la economía, de los medios de comunicación y del poder político.

Lo anterior se podría entender como una especie de lucha de clases, pero en la que la lucha viene desde arriba hacia abajo, ya que son ellos los que detentan el uso “legitimo” de la fuerza y de las armas, como siempre contra un pueblo desarmado que solo tiene piedras y consignas para resistir una lucha tan desigual.

Se da la idea a través de las autoridades políticas y los medios de prensa de que vivimos en democracia, como si este fuera un sistema de paz y justicia, pero que solo funciona de esa manera para ellos y por eso la justifican, pero cuando el pueblo, como más de alguna vez ha ocurrido, intenta demostrar su descontento contra un sistema desigual y que no funciona para todos, las mismas autoridades y medios de comunicación, no dudan en poner término a esa democracia tan enrostrada y defendida por ellos, declarando incluso la guerra a un pueblo que solo exige el cumplimiento del contrato social tan desgastado a estas alturas.

La palabra guerra puede sonar fuerte, pero no debemos olvidar a todos los asesinados en la supuesta democracia que nos dicen que vivimos y que tanto nos costó recuperar, sin embargo, debemos estar alertas al uso del lenguaje ya que durante lo que duró la guerra que el Estado declaró en contra de los ciudadanos, la mayoría de los abusos policiales y militares se encuentran aún en la impunidad, pudiendo comprender que realmente estamos en una guerra en la que eventualmente se podría justificar cualquier abuso por parte de la autoridad, pero asimismo la legitima defensa del pueblo.

Por último, si realmente viviéramos en una democracia y se aplicara en realidad lo que se entiende por Contrato Social, así como el pueblo otorgó un mandato a la autoridad para que los represente en sus intereses, lo más lógico de una democracia que respeta el contrato social es respetar la voluntad del mandante y si este quiere revocar el mandato por incumplimiento del mismo, se debe hacer lo mismo que se hizo para ser elegido y no escudarse en que fue legítimamente elegido y por ello debe terminar su mandato cumpliendo con los principios de la democracia que ellos manosean, debiendo escuchar la voluntad del pueblo que a estas alturas considera ilegitimo, por incumplimiento del contrato social, la ejecución del mandato.